Y aquella noche me fui como si nada, pensando que horas antes me había ido ardientemente, el erotismo de ese placentero calor interior quemaba haciendo humo las neuronas de mi mente y solo el hilo de mis sentidos me llevaba dejándome yo llevar por el. Un camino sin tiempo, sin problemas, un camino de dos materias universales unidas entre si, transformadas, destruidas y trasformadas, compuestas en sentidos múltiples mojadas a temperatura tibia, humedeciendo lo seco de cada rincón sustancial para así luego penetrar como un circulo anilloso entre dedos supuestamente enjabonados, con algún inconveniente pero momentáneo hasta el punto de ebullición mental que deja la blancura de los ojos en el techo para caer lentamente al costado de una pequeña posa inquieta y fértil de blancura celular. Luego me voy, sin despedirme, con el corazón corriendo suelto por todo mi cuerpo hasta cerrar mis ojos y secar mi sueño.

De los brazos del sol descendió amor

De los suspiros del viento pudo volar como águila

Amor puro como el agua que llegó entre ríos de sangre hasta tu corazón

¡Ay amor! Bendito seas tú entre todos los dolores...

El dolor es sano y el amor enfermizo pero curandero a la vez, si se sabe consumir, claro, porque de lo contrario permanece ahí enfermo, sin poder volar, sin esas alas de águila con las que viajó a los mares y quedarán plomas, se secarán y serán no mas que polvo desquerido, andará vagando entre ese mismo soplo de vida que lo llevo a la muerte.

Pero podría no ser así y convertirse lentamente en miel con cierta metamorfosis sutil, y podría vivir naturalmente en flor, con olores placenteros y eróticos, ya no seria desgraciado, estaría agradecido porque completo es el amor cuando amor se le da.