No es necesario que me ladres en luna llena para saber que estás presente, porque la verdad, la estúpida verdad, es que soy yo la que siempre está atenta a tu presencia.

Reconozco a veces, que cuando apareces sin ladrarme, me muerdes hasta un pedazo enorme sacarme.

No te grito el dolor de aquella mordedura extraña... porque temo algo invisible ante tus ojos, no sé lo que es, quizás es porque creo saber que si te grito con tormento y lujuria pensarás que muero por ti, cosa que cobardemente no quiero que imagines, pero al mismo tiempo si guardo silencio sé que con tu conocimiento y sentido humano empirista ya sabrás, quizás, lo que siento sin tener que mirarme por última vez.

Cómo no cuestionar los momentos juntos, si tan sólo me pregunto con quién más podría ser tan feliz en un infinito minuto. Cómo no sentirme extraña cuando sepa que estás con otra, si tan sólo quiero saber porque ahora no estás conmigo, de por qué no pude ser yo la princesa encantada y afortunada de ganarme tu amor en plenitud, es imposible no preguntarme éso, más aun cuando he pasado el tiempo desnudándome sin verguenza, invitándote a las nubes, compartiendo mis estrellas, siento plena y sincera, siendo fuerte y silenciosa, conforme y desconforme.

De las veces que he sido afortunada de besarte lo hago con emoción, te miro con delicadeza, te sonrío con franqueza porque tengo la fe de que algún día extrañes y necesites esos detalles y luego me busques sin cesar, no olvides que estaré ahí sentada o quizás dormida soñado con aquel momento anhelado.

Eres la simpleza y complejidad de un hombre, eres el inicio y el extremo de la sencillez, mientras que yo soy una semilla esperando saborear el agua pura de un río, una sombra intentando penetrar en cuerpo, una palabra deseando llegar a tus sentidos, una dama esperando lo que no conoce, soy yo intentando abrazar con libertad las cadenas de tu amor.